Autor: Miguel Angel Santiago Reyes
A José Joaquín Bohórquez, más que a ninguna otra persona, se le debe dar el crédito de haber hecho conocer, con fines industriales, las primeras muestras de petróleo de los bosques de La Colorada.
Al leer esto, cualquier observador podría señalar que las primeras referencias sobre los manaderos de Infantas datan desde mucho antes de que llegara a Latora la expedición de Jiménez de Quesada, y se basaría para ello, sin duda, en el uso que los aborígenes daban a estas fuentes de betún.
Para respaldar mi aserto traigo a colación el pirrafo de un artículo publicado en El Tiempo en octubre de 1968 titulado Los Vikingos Ilegaron antes, pero el descubridor fue Colón. En él afirmaba su autor, el reconocido expedicionario y científico Mauricio Obregón que descubrir no es topar, es entregar lo descubierto a la posteridad, como lo hizo Colón.
Y esto mismo hizo José Joaquín Bohórquez.
Pasada la guerra de los mil días donde alcanzó el grado de coronel y proveniente de la población cundinamarquesa de Guaduas, donde había nacido el 17 de diciembre de 1869, llegó José Joaquín Bohórquez a Barrancabermeja por el mes de febrero de 1903.
Traía el firme propósito de formar una modesta empresa de transportes fluviales que tuviese como radio de acción los ríos Opón, La Colorada y Oponcito para movilizar cargamentos de importación y exportación del comercio de Zapatoca, El Socorro y otras poblaciones del sur de Santander. Esta empresa se llamó Bodegas del Socorro y operó bajo la razón social de Juan Francisco O’Brien y Compañía.
A la orilla del río y distante unas tres cuadras del pequeño caserío construyó una amplia bodega que servía como oficina y depósito de carga. No tardó en realizar varios viajes a El Banco y otras poblaciones ribereñas para contratar los hombres que habrían de movilizar las canoas para el transporte de mercancías.
Con ellos llegaron sus familiares y sus pocos enseres. Vendedores ambulantes que surcaban el río de puerto en puerto se detuvieron allá para fijar su residencia y organizar sus negocios que alcanzaron con el tiempo gran prosperidad. Barrancabermeja comenzó, entonces, a cambiar su tímida fisonomía de villorio.
Los cargamentos llegaban a Bodegas de Peña de Oro, situada al margen norte del río Oponcito, y de allí, las recuas de mulas los conducían por difíciles caminos, en el corazón de la selva, hacia los pueblos de Zapatoca, San Vicente de Chucurí, Barichara, San Gil y Socorro.
A fines de 1904, el movimiento de carga comenzó a disminuir. Ante la inminencia de quedar cesantes, un buen número de trabajadores se integró, bajo el mando de don José Joaquín, para extraer de las montañas de los ríos Opón y La Colorada, tagua, caucho y canime que se ofrecían en abundancia en aquella selva virgen.
Por la misma época y con idéntico propósito penetraba el general Virgilio Barco a las agrestes selvas del Catatumbo. La tagua o marfil vegetal que se utilizaba para fabricar, entre otras cosas, botones y hebillas, escaseaba en esos tiempos y había llegado a alcanzar altos precios en los mercados de Europa.
Sin prestar atención al peligro que existía en aquellos bosques don José Joaquín instaló, a la cabeza de una de sus expediciones, un burdo campamento en el lugar de las Infantas. A un kilómetro, poco más o menos, según relató años más tarde, encontró la primera fuente de petróleo cuyo conocimiento me lo dió de que era esta sustancia, el olor natural y propio del refinado y haber mojado en ese líquido mechas de trapo, dando éstas, luego de prenderles fuego, una luz de color amarillo rojo y un humo oscuro que, al colocarle encima un objeto, daba el mismo negro humo que el recogido en las linternas que yo llevaba para alumbrarme en los bosques que eran alimentadas con petróleo refinado.
Hice estas observaciones para mis adentros sin decir nada a mis trabajadores, a quienes tan solo ordené que me recogieran unas tres latas de ese líquido espeso y grasoso.
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